Fariseo o Publicano - Cuál se asemeja a ti
Fariseo o Publicano es una parábola que aparece en las Sagradas Escrituras que nos hace reflexionar acerca de nuestra posición, y nos hace referencia al concepto de lo que significa la justicia de Dios y de los hombres.
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Esta parábola es una muestra de lo que Jesucristo espera de su pueblo, de sus hijos, y es el reconocer el pecado, reconocer las fallas y declararlas delante de Dios, sin señalar a nadie, sin juzgar porque la justicia le pertenece es al Señor.
En este sentido, Dios condena la altives y en esta parábola resalta el hecho de lo que significa ser como un fariseo lleno de altivez, religiosidad y legalismo, dejando a un lado la sinceridad del corazón y nobleza del alma.
Fariseo o Publicano – A cuál te asemejas
La enseñanza del Fariseo o Publicano nos enseña el significado de lo que significa la humildad y nos exhorta a no ser altivos y a reconocer y confesar nuestros pecados y debilidades porque Dios conoce el corazón y por eso no debemos señalar a nadie, debemos primeramente revisarnos a nosotros mismos. Esta parábola la podemos ver en el siguiente pasaje:
“A unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola: Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador. Os digo que este descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido” (Lucas 18,9-14)
En esta enseñanza o parábola Nuestro Señor Jesucristo nos muestra la importancia de la humildad, de tener un corazón sincero y justo lleno de su presencia. También realza el hecho de lo que implica señalar al prójimo sin mirar su corazón.
Esto nos lleva a reflexionar acerca de la manera en la que nosotros actuamos en la vida en forma general, no solo dentro de la iglesia, en la congregación junto con los hermanos, sino en la vida cotidiana donde tenemos que convivir con los demás dando testimonio de lo que Dios ha hecho por cada uno de sus hijos.
Por esta razón es importante escudriñar las Sagradas Escrituras y descifrar el mensaje del evangelio que es el mensaje de amor, sacrificio, misericordia, justicia y entrega. El sacrificio de Jesús es el sello de nuestra salvación, y esta es la herencia que nos dejó para poder alcanzar el reino de los cielos, donde nuestro nombre será escrito en el libro de la vida.
Pero para poder recibir el regalo de la salvación es esencial seguir el ejemplo de Jesús y ser como el publicano que reconoció su pecado y no ser como el fariseo lleno de religiosidades, que lo hace altivo y soberbio.
Debemos comprender que nadie es mejor que nadie, nadie debe exaltar su espiritualidad sino que debemos reconocer que somos débiles delante del Padre y necesitamos confesarlo para poder ser libres y desatar las bendiciones en nuestra vida.
En este sentido, a través de esta parábola del Fariseo o publicano podemos ver cómo estos hombres toman actitudes diferentes cuando suben al Templo a orar. Aquí Jesús nos enseña acerca de la humildad, la cual es una virtud fundamental para tratar al Señor y a los demás.
Este contraste que aparece en esta parábola, donde estos dos personajes actúan de diferentes formas, nos muestran la forma correcta en la que debemos presentarnos delante del Señor, porque él ve el corazón y rechaza absolutamente al altivo, tal como lo manifiesta en su palabra: “Porque el Señor es excelso, y atiende al humilde, mas al altivo conoce de lejos” (Salmos 138:6)
Entonces debemos presentarnos delante del Señor con un corazón humilde y dispuesto. Con la certeza de que el único que puede perdonarnos todos nuestro pecados, el único que puede hacer justicia y levantar nuestra cabeza en medio de nuestras adversidades.
Jesucristo nos liberó de la Ley y nos otorgó la Gracia
En aquellos tiempos las cosas eran muy diferentes a la actualidad porque estaban regidos por la Ley y estaban oprimidos por el enemigo. Pero Jesucristo llegó precisamente fue a liberarlos de todas las ataduras, y por ello hace énfasis en lo que debemos enfocarnos para alcanzar ser libres. La oración nos acerca a él porque a través de la confesión y de hablar de forma sincera con él, somos libres de todas las ataduras.
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Ahora vivimos bajo la Gracia de Cristo, la cual es inmerecida y es otorgada como un regalo divino, donde solamente debemos hacer como el publicano y confesar nuestros pecados, mostrarnos con un corazón humilde y sincero. Aceptar y confesar además que Nuestro Señor Jesús es nuestro único y verdadero Dios. Nuestro único Padre.
Pero esta libertad es espiritual, ya que muchas veces las personas se dejan arrastrar por la carnalidad y deseos humanos. Por esta razón debemos despojarnos del viejo hombre, dejar atrás las viejas costumbres, y nacer de nuevo, tal como lo anuncia Nuestro Señor Jesucristo: “A menos que uno nazca de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3)
Despojarnos del viejo hombre, significa destronarnos y darle toda la Gloria y la Honra a Nuestro Señor Jesucristo, reconocer que somos débiles y vulnerables. De este modo debemos nacer de nuevo, dar entrada a una nueva vida en Cristo Jesús, una vida llena de la presencia del Espíritu Santo, quien nos conduce a toda verdad y dispone nuestro corazón para que seamos humildes y dejemos a un lado la altivez porque esto no agrada a Dios.
En este orden de ideas, para la opinión pública de ese tiempo, la figura de un fariseo se resumía en el modelo de la virtud y la instrucción, pero el solo nombre del publicano estaba relacionado al término de pecador.
Además eran catalogados como impuros por el hecho de que trabajaban para los gentiles, tal como lo podemos visualizar en el siguiente pasaje: “Y los escribas y los fariseos murmuraban contra los discípulos, diciendo: ¿Por qué coméis y bebéis con publicanos y pecadores?” (Lucas 5:30)
De esta manera, Jesús presenta al fariseo orgulloso de sí mismo y con características muy particulares donde se enfatiza el hecho de que tenían por costumbre rezar de pie, destaca la lista de sus méritos realizados, hace ayunos, se dirige a Dios de manera grandilocuente y vive comparándose con todos, a quienes considera inferiores a él.
Hay que resaltar, a manera de analizar este tipo de conductas de los fariseos que éste piensa que está rezando pero en realidad vive un monólogo “para sus adentros”, buscando su propia satisfacción personal y se cierra ante lo sobrenatural que va más allá de su raciocinio.
Por el contrario, el publicano es visto como inferior e indigno y en la parábola, lo primero que hace éste es reconocer su condición de pecador. Por eso se golpea su pecho, y esto se simboliza con el hecho de romper la dureza del corazón y dejar que el perdón de Dios lo alcance.
Así que Jesucristo pincela con perfiles tan definidos y específicos la soberbia, altivez y arrogancia del fariseo, quien se describe como mejor que el publicano y comienza a describir unas cualidades superfluas ente la presencia de Dios, porque él ve el corazón y rechaza la soberbia, la vanidad y la idolatría.
Por el contrario, el publicano se muestra humilde delante de Dios y confiesa su condición de pecador. Esta actitud es agradable ante los ojos de Dios porque él nos demanda a tener un corazón sincero, humilde y dispuesto a alcanzar misericordia.
En la parábola Jesús nos dice que el publicano bajó justificado mientras el fariseo no lo hizo. De esta manera está señalando así el fruto que se obtiene con la vida verdadera de piedad que es la justificación.
En esta parábola o enseñanza podría traducirse como el arte de agradar al Señor, y que no implica tanto en sentirnos seguros y mejores debido al cumplimiento exacto de normas, sino más bien en reconocer ante Nuestro Padre, nuestra pobre condición limitada como criaturas, que necesitamos de su amor, misericordia y justicia. Por lo cual tenemos el llamado de amar y de anunciar que hay esperanza en Jesús.
De esta parábola podemos obtener una manera viable para evitar la arrogancia en nuestra vida y es a través de la humildad y de la disposición de nuestro corazón para reconocer que para poder alcanzar la misericordia de Dios, debemos primeramente confesar nuestros pecados, aún aquellos que están ocultos.
En esta parábola se presentan dos tipos de personas que se presentan delante del Padre con actitudes diferentes que nos llevan a reflexionar acerca de la manera en la que estamos actuando en nuestro diario vivir porque en la actualidad podemos ver además muchos fariseos que se dedican a señalar y a juzgar a los demás sin antes revisarse ellos mismos.
En este sentido, eres fariseo o republicano, altivo o humilde, sincero o hipócrita. Todas estas interrogantes nos hacen reflexionar acerca del propósito que tenemos en este mundo, de la misión que debemos llevar a cabo para que la obra de Nuestro Señor Jesucristo sea Glorificada aquí en la tierra.
Así que como hijos de Dios, creyentes de una palabra que es viva y eficaz, debemos dar testimonio de las maravillas que el Señor hace en nuestra vida y manifestar en todo momento que somos verdaderos Hijos del Todopoderoso, del Rey de Reyes y Señor de Señores.
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